RubénRubén Martínez Villena, (Alquízar, actual provincia de La Habana 20 de diciembre de 1899), es reconocido sobre todo como el político y luchador de los primeros años de la etapa republicana de Cuba, también se le distingue como poeta de ardiente inspiración patriótica.
Sin embargo, es autor de una delicada poesía de amor, como la aparecida en su libro “Hexaedro Rosa” y poesía de corte intimista, algunas de cuyas obras están cargadas de un humor punzante, como “Canción del sainete póstumo” (1922), aparecida en el cuaderno “La Pupila Insomne”.
Cultiva una obra de exquisita factura tanto en métrica como en vocabulario e imágenes, con un lenguaje sencillo y culto a la vez, asequible a todos. Entre los esquemas de versificación más usados por él se encuentra el soneto, una de las estructuras métricas más difíciles y que sin embargo maneja con entera soltura.
Es así Rubén, a quien Nicolás Guillén (poeta nacional de Cuba) calificaría como “un gran poeta no solo por el ímpetu lírico, sino también por el sabio freno con que lo encauzaba y dirigía” y de quien otro grande de las letras cubanas: Juan Marinello “ Su don poético, inseparable y vitalicio en su esencia […], le facilitó mil veces, sin saberlo, el cordial magisterio; y la gracia verbal hija del dominio del idioma y de la posesión de sus secretos”.
Tiene la lírica de Villena una vigencia inusitada. Su poesía de corte social y patriótica acusa la madurez propia de un avezado luchador de vasta experiencia, a la vez que en sus versos de amor aparece reflejado un erotismo puro y cándido propio del adolescente que llena su mente de fantasías amorosas. En el soneto “Declaración”, escribe: “vibró la voz de mi febril anhelo”; “y al varonil reclamo de mi celo”.
Por su pararte la poesía de corte intimista tiene la profundidad del filósofo que no siempre es capaz de ser comprendido. La muerte, de frecuente presencia en su obra, no parece asustarle y hasta juguetea un poco con ella llegando a satirizarla sin abandonar el dramatismo que encierra. En “Canción del sainete póstumo” aclara: “Aunque la muerte es algo que diariamente pasa, / un muerto inspira siempre cierta curiosidad;” y más adelante se burla de manera realista y concisa: “Brotará la hilarante virtud del disparate / o la ingeniosa anécdota llena de perversión, / y las apetecidas tazas de chocolate / serán sabrosas pausas en la conversación.”
Rubén Martínez Villena con una obra escasa en número pero infinita en talento y pletórica de modernismo, vivió muy poco (solo 35 años. Parece que las vidas cortas son inherentes a las grandes mentes). A pesar de ello fue capaz de dejar una profunda huella en la literatura y en la vida política y social de Cuba.
Poesía de Rubén Martínez Villena
LA PUPILA INSOMNE
Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado
de atisbar en la vida mis ensueños de muerto.
¡Oh, la pupila insomne y el párpado cerrado!...
(¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)…
EL ANHELO INÚTIL
¡Oh, mi ensueño, mi ensueño! Vanamente me exaltas:
¡Oh, el inútil empeño de subir donde subes!...
¡Estas alas tan cortas y esas nubes tan altas…!
¡Y estas alas queriendo conquistar esas nubes!
CANCIÓN DEL SAINETE PÓSTUMO
Yo moriré prosaicamente, de cualquier cosa
(¿el estómago, el hígado, la garganta, ¡el pulmón!?)
y como buen cadáver descenderé a la fosa
envuelto en un sudario santo de compasión.
Aunque la muerte es algo que diariamente pasa,
un muerto inspira siempre cierta curiosidad;
así, llena de extraños, abejeará la casa.
Y estudiará mi rostro toda la vecindad.
Luego será el velorio: desconocida gente,
ante mis familiares inertes de llorar,
con el recelo propio del que sabe que miente
recitará las frases del pésame vulgar.
Tal vez una beata, neblinosa de sueño,
Mascullará el rosario mirándose los pies;
y acaso los más viejos me fruncirán el ceño
al calcular su turno más próximo después…
Brotará la hilarante virtud del disparate
o la ingeniosa anécdota llena de perversión,
y las apetecidas tazas de chocolate
serán sabrosas pausas en la conversación.
Los amigos de ahora –para entonces dispersos-
reunidos junto al resto de lo que fue mi «yo»,
constatarán la escena que prevén estos versos
y dirán en voz baja: -¡Todo lo presintió!
Y ya en la madrugada, sobre la concurrencia
gravitará el concepto solemne del «jamás»,
vendrá luego el consuelo de seguir la existencia…
Y vendrá el mañana… pero tú ¡no vendrás!...
Allá donde vegete felizmente tu olvido
-felicidad bien lejos de la que pudo ser-,
bajo tres letras fúnebres mi nombre y mi apellido,
dentro de un marco negro te harán palidecer.
Y te dirán -¿Qué tienes?... Y tú dirás que nada;
mas te irás a la alcoba para disimular,
me llorarás a solas, con la cara en la almohada,
¡y esa noche tu esposo no te podrá besar!
PSIQUIS
Muerte; mi corazón no desanimas
y aún te aguardo con grato sentimiento;
que siempre fue mi decidido intento
subir las cumbres y medir las simas.
En tanto que mi pecho no comprimas
para beber su postrimer aliento,
con el hilo de luz del pensamiento
voy tejiendo la veste de mis rimas…
Y con ella, pletórico de orgullo,
envuelvo el alma como en un capullo,
donde se viste de mejores galas,
y en cuyo seno, con perenne anhelo,
presintiendo la fuerza de sus alas
¡goza ya con la gloria de su vuelo!
EL FARO
Abajo, roca y aguas: el multífono grito
de las olas que rompen; y su caricia ruda,
con un cendal de espumas la base de granito,
alternativamente, se viste y se desnuda.
Y arriba, yergue el faro su construcción aguda
-el faro, que es la estatua del Cíclope del mito-;
altivo, como el símbolo de una soberbia muda;
solemne, como un dedo que apunta al infinito.
¡El faro!... Luminoso rey de las lejanías…
Titán que vio por siglos la muerte de los días.
Contemplador de mudos solares misereres,
la vesperal tristeza petrificó sus músculos,
¡y aún aguarda en el cerebro –loco de atardeceres-,
el sueño de la última llama de los crepúsculos!...
EL RESCATE DE SANGUILY
Marchaba lento el escuadrón riflero:
ciento veinte soldados de la España
que llevaban, cual prueba de su saña,
a Sanguly, baldado y prisionero.
Y en un grupo forjado por Homero,
Treinta y cinco elegidos de la hazaña,
alumbraron el valle y la montaña
al resplandor fulmíneo del acero.
Alzóse un yaguarama reluciente,
Se oyó un grito de mando prepotente
Y un semidiós, formado en el combate,
ordenando una carga de locura
marchó con sus leones al rescate
¡y se llevó al cautivo en la montura!
A UNA CUBANA
En su viaje a la Ciudadela del Imperialismo
Dulces ojos, boca y voz
que constituyen tesoro:
vais a la tierra del oro,
de imperialismo feroz.
Cubana, quédanos fiel:
dile al extranjero intruso
que el arancel que nos puso
lo violamos con tu miel.
DECLARACIÓN
En la penumbra del jardín silente
vibró la voz de mi febril anhelo,
y el tímido relato de mi duelo
movió tu corazón indiferente.
La voz al cabo se tornó valiente
y al varonil reclamo de mi celo
se volvieron tus párpados al suelo
y sonrojada se dobló tu frente.
Mas tu boca impasible quedó muda.
El «no» que siempre te dictó la duda
abrió apenas la curva purpurina,
y por ahogarla, de pasión obseso,
desfiguré tu boca peregrina
bajo la ruda compresión de un beso.
IRONÍA
Toma, toma mi lira; quiero darte,
como recuerdo de mi fe pasada,
esta lira infeliz que fue mi espada
y que fue mi broquel y mi estandarte.
Póstuma ofrenda de mi inútil arte,
la dejo ante tus pies abandonada,
aunque a golpes tu planta idolatrada
con ofendida majestad la aparte.
Mas cada golpe de tu pie furioso
le arrancará un sonido melodioso,
y tan rudos tormentos y martirios
acaso corresponda de memoria,
con una endecha en que cifré su gloria…
y en la que digo que tus pies son lirios.