Muchas veces oímos decir que el mar es fuente de vida, pero quizás no interiorizamos esa sentencia en toda su magnitud. Está probado que los seres que pueblan la Tierra tuvieron su origen en el mar y se sabe que este ocupa la parte mayoritaria de la superficie nuestro planeta que precisamente por ello recibe el apelativo de planeta azul.
El océano reviste gran importancia práctica para el ser humano. De su seno se obtienen alimentos, medicinas, minerales y variados productos para la industria. Muchos de los pueblos del mundo poseen una economía basada mayoritariamente en el mar.
Pero ahí no termina la larga lista de beneficios que, generosamente, no ofrece el gran piélago. Recordemos que las corrientes oceánicas son mecanismos reguladores del clima y que a través de las rutas marítimas se realiza el grueso del comercio mundial.
El mar tiene también parajes que por su belleza atraen a las personas deseosas de relajarse. Resulta casi innecesario insistir en la necesidad de preservar la salud del gigante salado, porque ¿a quién le interesaría una playa de agua sucia, o donde los surfistas y nadadores tengan que abrirse paso entre desechos flotantes?
¿Y que pasaría si la contaminación matara los animales y plantas marinas que nos sirven de alimento o de los que obtenemos fármacos?
Por su condición de archipiélago tropical, para Cuba el mar reviste una importancia vital. De renglones económicos relacionados con el mar provienen gran parte de los ingresos a nuestro presupuesto nacional.
El gobierno cubano invierte cuantiosos recursos en la protección de las aguas que nos rodean. Pero, sin la voluntad de la población esos recursos tendrían que multiplicarse y aún así no serían suficientes a su propósito.
Es por ello que no resulta ocioso insistir en el tema. La protección del mar comienza al nivel de de la gente sencilla, en las cosas que la población debe suprimir de su lista de acciones para evitar que a él vayan a parar sustancias contaminantes. Algo tan sencillo como no echar productos químicos en los desagües, no arrojar basuras a los ríos o no verter directamente en ellos las aguas negras de las viviendas.
No es menos importante proteger la atmósfera, las aguas dulces y la misma tierra. Pero en mi comentario de hoy he querido centrarme en el mar, porque sin él, sencillamente, no existiéramos.
Entonces, reflexionemos, no solo el Día del Medio Ambiente, sino en cada día de nuestras vidas y trasmitámosle a nuestra descendencia la preocupación por proteger el mar, un recurso que mañana les pertenecerá por entero.
El océano reviste gran importancia práctica para el ser humano. De su seno se obtienen alimentos, medicinas, minerales y variados productos para la industria. Muchos de los pueblos del mundo poseen una economía basada mayoritariamente en el mar.
Pero ahí no termina la larga lista de beneficios que, generosamente, no ofrece el gran piélago. Recordemos que las corrientes oceánicas son mecanismos reguladores del clima y que a través de las rutas marítimas se realiza el grueso del comercio mundial.
El mar tiene también parajes que por su belleza atraen a las personas deseosas de relajarse. Resulta casi innecesario insistir en la necesidad de preservar la salud del gigante salado, porque ¿a quién le interesaría una playa de agua sucia, o donde los surfistas y nadadores tengan que abrirse paso entre desechos flotantes?
¿Y que pasaría si la contaminación matara los animales y plantas marinas que nos sirven de alimento o de los que obtenemos fármacos?
Por su condición de archipiélago tropical, para Cuba el mar reviste una importancia vital. De renglones económicos relacionados con el mar provienen gran parte de los ingresos a nuestro presupuesto nacional.
El gobierno cubano invierte cuantiosos recursos en la protección de las aguas que nos rodean. Pero, sin la voluntad de la población esos recursos tendrían que multiplicarse y aún así no serían suficientes a su propósito.
Es por ello que no resulta ocioso insistir en el tema. La protección del mar comienza al nivel de de la gente sencilla, en las cosas que la población debe suprimir de su lista de acciones para evitar que a él vayan a parar sustancias contaminantes. Algo tan sencillo como no echar productos químicos en los desagües, no arrojar basuras a los ríos o no verter directamente en ellos las aguas negras de las viviendas.
No es menos importante proteger la atmósfera, las aguas dulces y la misma tierra. Pero en mi comentario de hoy he querido centrarme en el mar, porque sin él, sencillamente, no existiéramos.
Entonces, reflexionemos, no solo el Día del Medio Ambiente, sino en cada día de nuestras vidas y trasmitámosle a nuestra descendencia la preocupación por proteger el mar, un recurso que mañana les pertenecerá por entero.