Gracias a una de seas cosas inexplicables que ocurren en la vida, la zorra y el águila se hicieron amigas. A menudo la zorra subía a lo más alto de los acantilados, donde tenía su nido el águila, y allí se pasaban horas conversando. Incluso la zorra se había ofrecido como madrina de los polluelos cuando rompieran el cascarón.
Un día, la raposa fue a visitar a la reina de las aves y no la encontró en casa pues había salido en busca del diario sustento. La tentación fue mucha y la zorra –zorra al fin− se zampó los huevos de su amiga emplumada. Cuando esta regresó encontró a la vulpeja, junto a los cascarones deshechos, relamiéndose aún los bigotes.
Al águila la invadió el desconsuelo, pero tal sentimiento no afloró a su rostro y, con una calma que no sentía, le preguntó a la zorra si sabía lo que había sucedido. Esta, creyéndose astuta, le respondió:
−Nada sé, comadre. Cuando llegué ya estaban rotos. Precisamente me quedé aquí para preservar cualquier evidencia.
−Se lo agradezco mucho, gracias a usted, ya conozco al culpable.
Pasaron varios días sin verse pues la raposa dejó de subir al risco y el águila no bajaba al valle. Pero una mañana el ave divisó desde su altura a la zorra que escarbaba en la tierra. Con un suave planeo descendió y se posó junto a ella.
−¿Qué hace comadre?
−Estoy buscando algo que comer. Tengo mucha hambre.
−¿Por qué no me lo dijo? Yo conozco un lugar donde la comida es abundante y gratis. Yo misma voy a comer allí todos los días.
−¿Y me enseñará el lugar?
−Haré más que eso… la llevaré.
−Gracias comadre, gracias.
El águila indicó a la zorra que se subiera a su espalda y pronta, alzó el vuelo. Se elevó y se elevó hasta dejar atrás las copas de los pinos más altos.
−¿Falta mucho comadre?
−No tanto comadre, no tanto.
Y siguió elevándose hasta que dejó chiquitas las montañas. Allí la raposa volvió a preguntar y recibió igual respuesta del águila que seguía ganando altura. Así, pronto rebasaron los primeros celajes.
−¿Falta mucho comadre?
−Ya estamos llegando.
Un poco más de esfuerzo y el ave voló por encima de unas nubes tan espesas que parecían rocas.
−Hemos llegado comadre, ya puede bajarse.
He aquí que la zorra saltó de su alada montura y comenzó a caer y a caer. Y mientras caía le dijo al águila que volaba en picada a la par con ella:
−Hay, comadre, yo confié en usted y me ha dejado caer al vacío.
−Igual yo confié en usted −replicó el ave− y se comió mis huevos.
¿Moralejas? Hay varias, escoja usted la que mejor le parezca.
Un día, la raposa fue a visitar a la reina de las aves y no la encontró en casa pues había salido en busca del diario sustento. La tentación fue mucha y la zorra –zorra al fin− se zampó los huevos de su amiga emplumada. Cuando esta regresó encontró a la vulpeja, junto a los cascarones deshechos, relamiéndose aún los bigotes.
Al águila la invadió el desconsuelo, pero tal sentimiento no afloró a su rostro y, con una calma que no sentía, le preguntó a la zorra si sabía lo que había sucedido. Esta, creyéndose astuta, le respondió:
−Nada sé, comadre. Cuando llegué ya estaban rotos. Precisamente me quedé aquí para preservar cualquier evidencia.
−Se lo agradezco mucho, gracias a usted, ya conozco al culpable.
Pasaron varios días sin verse pues la raposa dejó de subir al risco y el águila no bajaba al valle. Pero una mañana el ave divisó desde su altura a la zorra que escarbaba en la tierra. Con un suave planeo descendió y se posó junto a ella.
−¿Qué hace comadre?
−Estoy buscando algo que comer. Tengo mucha hambre.
−¿Por qué no me lo dijo? Yo conozco un lugar donde la comida es abundante y gratis. Yo misma voy a comer allí todos los días.
−¿Y me enseñará el lugar?
−Haré más que eso… la llevaré.
−Gracias comadre, gracias.
El águila indicó a la zorra que se subiera a su espalda y pronta, alzó el vuelo. Se elevó y se elevó hasta dejar atrás las copas de los pinos más altos.
−¿Falta mucho comadre?
−No tanto comadre, no tanto.
Y siguió elevándose hasta que dejó chiquitas las montañas. Allí la raposa volvió a preguntar y recibió igual respuesta del águila que seguía ganando altura. Así, pronto rebasaron los primeros celajes.
−¿Falta mucho comadre?
−Ya estamos llegando.
Un poco más de esfuerzo y el ave voló por encima de unas nubes tan espesas que parecían rocas.
−Hemos llegado comadre, ya puede bajarse.
He aquí que la zorra saltó de su alada montura y comenzó a caer y a caer. Y mientras caía le dijo al águila que volaba en picada a la par con ella:
−Hay, comadre, yo confié en usted y me ha dejado caer al vacío.
−Igual yo confié en usted −replicó el ave− y se comió mis huevos.
¿Moralejas? Hay varias, escoja usted la que mejor le parezca.