¿Alguien puede imaginarse las consecuencias que tendrían para el Mundo un conflicto termonuclear en la Península Coreana? Estoy seguro que no, y pienso que los dirigentes de los dos estados que se alojan en ese territorio son los que menos han pensado en ello, pues se están dejando arrastrar por ciegos intereses que les nublan la razón.
Es sabido que los
asiáticos tienen principios y creencias que anteponen a cualquier
consideración, aún poniendo en riesgo sus vidas. El ejemplo quizás más conocido
es el proceder de los samuráis, regidos por un severo código que les llevaba
incluso a cometer suicidio de la manera más cruel antes de sentirse
deshonrados.
Pero la época del
bushido y las katanas ya es historia. Hoy las espadas fueron sustituidas por
bombas nucleares de alta potencia y si antes, de un golpe, un samurai podía
cercenar la vida a una persona, hoy, con mucho menos esfuerzo físico, se puede
matar a cientos de miles de seres humanos, muchos de los cuales ni siquiera
formarían parte del conflicto, además de perjudicar seriamente a otros cientos
de miles e incluso millones de personas.
Japón experimentó
en carne propia esa terrible realidad con solo dos bombas considerablemente
menos potentes que las actuales y sus llagas aún no han sanado. Parece que les
sirvió de dolorosa lección pues desde ese holocausto a la fecha los japoneses
se han dedicado con perseverancia asiática a desarrollar su economía sobre las
bases pacíficas.
Por el contrario,
todo parece indicar que los dirigentes coreanos son de esas personas que no
escarmientan por cabeza ajena y se han empeñado en reeditar la experiencia de
Hiroshima y Nagasaki, pero habría que preguntarles a los pueblos de esos
estados si están de acuerdo en servir como corderos del sacrificio para
satisfacer ansias guerreristas.
No es posible dejar
a un lado al gobierno de los Estados Unidos, que desde que saltó la primera
chispa del diferendo entre las dos coreas ha estado instigando a la guerra. ¿En
qué gaveta tendrá oculto el señor Barack Obama el medallón de oro que le otorgó
la fundación Nóbel? Debía sacarlo y echárselo en el bolsillo donde más
frecuentemente mete su mano para que cada vez que lo toque recuerde que su verdadero
papel debe ser el de evitar la guerra.
La noticia
publicada hoy en el sitio digital de Prensa Latina es verdaderamente alarmante.
Autoridades del gobierno norcoreano aseguran que la guerra termonuclear es
inminente y que solo falta por precisar la fecha, y lo dicen como si solo
estuvieran concertando un duelo a espada. El llamado de las autoridades de
Corea del Norte a extranjeros de ambos países para abandonar sus territorios
para que no se conviertan en víctimas inocentes de la conflagración no deja
lugar a dudas.
Sobre cuál de los
dos tiene la razón no voy a opinar, pero, volviendo al principio de mi
reflexión, se han olvidado de las víctimas inocentes que provocarían en el
resto del mundo y en las desastrosas consecuencias a mediano y largo plazo que
tendría un enfrentamiento con armas nucleares en esa región del Orbe. Por eso
sería bueno que los señores mandatarios Coreanos, ambos, hagan algún ejercicio
de relajación y se pongan a meditar con la mente fría para que al final lleguen
a la única conclusión satisfactoria: Detener una guerra fraticida y sentarse a
dialogar para resolver sus diferencias de forma razonable.
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