El Bosque de La Habana |
Cuando La Habana comenzó a desbordarse hacia su periferia, más allá del monte vedado*, uno de los principales obstáculos para ello lo representaba el río Almendares, que si bien es poco caudaloso, en su parte más cercana al mar se hace manso y sus aguas se ensanchan formando un estuario de considerables dimensiones, cuyo volumen fluctúa cada día con las mareas.
El
desarrollo urbanístico exigía un paso seguro y amplio que permitiera el
traslado de personas y mercancías entre ambas márgenes del río. Por ello, el primero
de diciembre de 1908 comenzó la construcción de un puente que para la época
representaba una obra de ingeniería de considerable complejidad, con sus 214 metros de longitud y
13 metros
de ancho, complementado con una doble línea para tranvías que enlazara la parte
más antigua de La Habana
con Marianao, localidad en pleno desarrollo.
El
proyecto costó 217 mil 106 pesos con 88 centavos, lo que para la época constituía una elevada cifra
de dinero, y demoró aproximadamente año y medio en concluirse.
Hasta
entonces el paso del Almendares se hacía muy engorroso a través de un puente
colgante de no más de un metro de ancho, hecho de cuerdas y tablas, por el que
transitaban los peatones en una suerte de cuerda floja. Mientras, los carruajes
eran transbordados en una barcaza.
De
otra forma, para llegar a Marianao, había que desplazarse hasta lo que hoy
conocemos como Puentes Grandes, algo que ahora nos parece sencillo, pero que en
aquel tiempo, con caminos en mal estado y sobre carruajes de caballos, no tenía
nada de fácil.
Las obras del puente sobre el río
Almendares se le encargaron a Míster Barclay, un constructor de Nueva York, y
los contratistas fueron los cubanos Champion y Pascual, en tanto la supervisión
de los trabajos corrió a cargo de los ingenieros: Francisco Franquiz, a la sazón Director
del Departamento Provincial de Obras Públicas y Juan Antonio Cosculluela,
ingeniero auxiliar de ese departamento.
La construcción del puente que hoy une la calle 23 de El
Vedado con la calle 47 del municipio Playa, permitieron, no solo el paso la
modernidad hacia la parte oeste de la capital cubana, sino que también
propiciaron el desarrollo de toda una franja a la orilla del río.
En 1912 el publicista Carlos de Velasco, en su revista
Cuba Contemporánea, promovió la idea de construir un gran parque a orillas del
Almendares, sugerencia que fue tenida en cuenta más tarde por el urbanista
francés Jean Claude Nicolás Forestier, conservador de los parques de París,
quien concibió un ambicioso proyecto que tuviera al río y sus verdes riveras
como atractivos principales.
Así nació el Parque Almendares, un lugar de esparcimiento
para los habaneros en el que se efectúan actividades culturales y festivas y se
puede ir a disfrutar de la tranquilidad y la sombra para conversar o leerse un
libro.
El parque se prolonga a lo largo de la ribera en un arbolado
lleno de verdor que ha servido de refugio a miles de citas amorosas furtivas y,
por desgracia, a unos cuantos hechos delictivos.
A esta floresta acuden también de vez en cuando quienes
practican religiones animistas para ponerse en contacto con los espíritus de
los árboles, el río o las piedras.
Los realizadores de cine y televisión la utilizan con
frecuencia para filmar escenas que deben desarrollarse en esa clase de entorno.
Recordemos aquellas aventuras que se transmitían en vivo por la Televisión
Cubana a las 7:30 p.m. y que todos los niños de esa época esperábamos con
ansias, o la telenovela cubana basada en el clásico Rosas a crédito, en la
Martín se pierde precisamente en el Bosque de La Habana.
Hoy el Parque Almendares y su bosque forman parte de un
vasto proyecto socio cultural, ambientalista y recreativo denominado Gran
Parque Metropolitano de La Habana, que se extiende por casi una decena de
kilómetros a lo largo del principal río habanero.
*Monte vedado: Así dieron los pobladores habaneros en
llamar a la franja costera entre el Torreón de San Lázaro y la boca de La
Chorrera o desembocadura del Almendares, pues se trataba de un breñal con duras
rocas y malezas impenetrables por donde desembarcaron varios piratas para
atacar La Habana. El gobierno prohibió construcciones y laboreo que facilitara
el paso a los malhechores.
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