jueves, 5 de septiembre de 2019

La Virgen secuestrada

Virgen de Regla. Foto tomada de Internet.
Durante la última etapa de la guerra por la independencia y la soberanía de Cuba, que concluyó el primero de enero de 1959, fueron muchas las acciones realizadas por los revolucionarios que luchaban desde la clandestinidad en las ciudades, incluyendo algunas destinadas a frustrar planes propagandísticos de la tiranía para dar la impresión de tranquilidad ciudadana.
Uno de los hechos más insólitos ocurrió el 5 de septiembre de ese mismo año, cuando un grupo de revolucionarios raptaron la imagen de la Virgen de Regla de su santuario, en las inmediaciones de la bahía de La Habana.

La tradición religiosa marca que cada 8 de septiembre, día que se celebra a esta deidad cubana, la imagen de la virgen sale en procesión por las calles del municipio Regla, una importante festividad religiosa en la mayor de las Antillas.
La acción se planificó para el 5 de septiembre con la doble intención de rendir homenaje a los sublevados ese día del año anterior en la centro sureña ciudad de Cienfuegos, en la que, junto al pueblo, se alzaron los oficiales y marineros de la base naval de Cayo Loco.
La idea de retener la imagen de la virgen fue del joven de 18 años Arnelio Molina Sené, quien era miembro de una célula del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en este territorio, además de presidente de la Juventud Católica en esa parroquia.
Después de consultarlo con la jefatura del M-26-7, Molina Sené le planteó la idea al párroco del santuario, monseñor Ángel Pérez Varela, quien simpatizaba con la causa insurreccional, aunque no consideraba que aquella acción fuera decisiva para el derrocamiento del régimen.
Años más tarde contaría en una entrevista para la revista Bohemia que no podía oponerse, si aquello se hacía para el bien de Cuba, pero que no quería conocer detalles para no tener que mentir cuando se desataran las investigaciones.
Durante semanas, miembros de la Juventud Católica, comprometidos con la Revolución, se dedicaron a aflojar, poco a apoco, las tuercas que fijaban la imagen a su pedestal, hasta que en la fecha señalada subieron a la virgen a un auto que después cambiaron por otro vehículo para despistar y después de un azaroso recorrido por La Habana, la ocultaron en una casa en construcción en el reparto Víbora Park, en la actual demarcación de Arroyo Naranjo, y luego fue trasladada hasta Marianao, donde permaneció hasta el día 12.
La acción, que resultó un rotundo éxito, demostró a la opinión pública que el momento no era propicio para festejos, sino de lucha contra la opresión que sufría el pueblo cubano.
Sin embargo, tuvo su costo, porque esta y otras acciones llevadas a cabo por esos días en Regla acrecentaron la rabia de los órganos represivos que incrementaron la represión y entre las detenciones que llevaron a cabo estuvo la de José A. Piñón Veguilla, conocido por Popeye, cuya voluntad se quebró y llevó a los esbirros a una casa del reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón, donde se escondían varios revolucionarios, entre ellos, Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales, dos valientes mujeres que cumplían misiones encomendadas por la jefatura del Ejército Rebelde y que fueron torturadas y asesinadas el 17 de septiembre.
En el allanamiento, ocurrido en la madrugada del día 12, fueron ultimados Alberto Álvarez Díaz, jefe del M-26-7 en Regla; Leonardo Valdés Suárez; Onelio Dampiel Rodríguez, y Reinaldo Cruz Romeu.
Tras la traición, la imagen de la virgen fue vuelta a trasladar para evitar que el delator pudiera dar su ubicación, ya que había una gran movilización policial en su busca, y cuando la jefatura del M-26-7 lo creyó oportuno fue depositada en una fábrica de cal en el poblado de Cojímar con un letrero que decía: “Yo soy la Virgen de Regla” y al fondo una bandera del Movimiento.
El secuestro y retención por varios días de la imagen de la Virgen de Regla constituyó un duro golpe a la tiranía de Fulgencio Batista, pues demostró que, a pesar de la brutal represión, había un hervidero insurreccional y que los militares y paramilitares eran incapaces de detener aquella revolución en la que estaba comprometido, de una u otra forma, la mayoría del pueblo de Cuba.

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