Actual Septeto de Ignacio Piñeiro. Foto: periódico Granma |
Pues sí, a finales de la década de 1910 y primeros años de
la del 20, el son era despreciado por considerarlo “música de negros
atrasados”.
Incluso algunas sociedades recreativas de la llamada “clase
media de gente de color” no permitían tocar sones en sus salones de recreo
hasta bien entrada la década de los 40.
Aunque, a principios de los años 20 ya se había aflojado un
poco el hostigamiento que padecía ese género por parte de la policía, y
comenzaron a proliferar grupos que lo cultivaban en barrios populares y zonas
de la periferia de La Habana.
Hoy, por el contrario, es uno de los ritmos más gustados a
nivel mundial, incluyendo todos sus desprendimientos y variantes, como la
salsa, el son montuno, el changüí, el sucu-sucu, el mambo y el cha-cha-cha; y
en el año 2012 fue declarado Patrimonio Cultural de Cuba.
Pero la historia del son se remonta mucho más atrás, a
mediados del siglo XVI, con el Son de la Má Teodora, interpretado por las
hermanas dominicanas, Micaela y Teodora Ginés y cuya autoría se le adjudica a
ésta última.
Este ritmo presenta elementos de música bantú y española. Pero,
como lo conocemos hoy, surgió en Guantánamo, Baracoa, Manzanillo y Santiago de
Cuba a finales del Siglo XIX. En 1892, el tresero de origen haitiano Nené
Manfugás lo llevó del monte a los carnavales de Santiago.
Cuando la radio cobró fuerza en Cuba, en la década del 1920,
el son acompañó a esta nueva forma de difusión de la cultura y surgieron
agrupaciones dedicadas, casi por entero, a cultivar esa contagiosa música,
buena para escuchar y bailar. Entre esos conjuntos estuvo a la vanguardia el
Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, uno de los principales representantes de
esta época. Piñeiro es el creador de piezas antológicas como Échale salsita, y probablemente el
estribillo de ese tema haya sido el desencadenante para que hoy exista la
música salsa.
Aunque la burguesía lo despreció y el Gobierno llegó a
prohibirlo tachándolo de inmoral, el son se ganó un merecido espacio en la
preferencia del pueblo, que es el que verdaderamente sabe lo que es bueno.
Los primeros conjuntos soneros utilizaban guitarra, tres,
bongó, claves, maracas y botija o marímbula para marcar los acordes más graves,
que luego fueron sustituidas por el contrabajo. En busca de una mayor sonoridad
se le adicionó una trompeta y posteriormente el gran innovador del son, Arsenio
Rodríguez, añadió piano, tumbadora y más trompetas. Hace solo pocos años otro
innovador de la música cubana, Compay Segundo, usó clarinetes en su conjunto,
algo que, sin dudas, le proporciona al son una sonoridad sin igual.
Otras formaciones orquestales que incluyen ese género en sus
repertorios utilizan también violines, flautas y güiros o guayos, como la
legendaria orquesta Arangón, la Original de Manzanillo o la de Adalberto
Álvarez.
Una variante de canción influenciada por otros ritmos, sobre
todo el son, se desarrolló bajo el nombre de tango congo a partir de la década
de 1920, tipificando de esta manera la negritud en el ámbito de la zarzuela cubana.
El son evolucionó dando origen a otros géneros, pero su
esencia continúa allí, en lo más profundo de las raíces del árbol de la cubanía
y sus formas más puras siguen siendo llevadas a escena principalmente por
agrupaciones de varios países del caribe.
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