Acueducto de Albear en la actualidad |
El suministro de agua potable es vital para cualquier asentamiento poblacional, por ello no es raro que se dedique tiempo y recursos a construir acueductos para traer el preciado líquido desde las fuentes, a veces muy distantes de las viviendas y además traerlo limpio.
La Habana, como toda ciudad, requiere de
acueductos eficientes, pero en sus inicios la incipiente villa solo
podía contar con los aguadores que transportaban el líquido en barriles a
bordo de carretas. Pero con el crecimiento de la población obligaba a
buscar una solución para hacer llegar el agua en mayor cantidad y a
menos costo.
El primer intento fue la Zanja Real que tomaba el líquido del río Almendares
y lo transportaba, a cielo abierto, hasta lo que es hoy La Habana
Vieja. Era un sistema imperfecto que no protegía en nada el agua de la
contaminación y cuyo caudal resultó, con el tiempo, insuficiente para
calmar la sed de una urbe que crecía y se ensanchaba día a día.
De este acueducto sólo queda el recuerdo, perpetuado en los nombres de dos arterias habaneras: la calle Zanja y el Callejón del Chorro.
Más tarde se instaló una planta de filtros
ubicada en la intersección de la que es hoy la avenida de Salvador
Allende (Carlos III) y la calle Zapata. El ingenio hidráulico tomaba las
aguas de la Zanja Real en aquel sitio, lejano aún de la urbanización, y
luego eran transportadas por tuberías hasta las inmediaciones de la
ciudad.
Pero este sistema tampoco resolvió el
problema pues el material filtrante se tupía con facilidad, por lo que
tuvo que ser desechado, quedando solamente como elemento útil la tubería
maestra que llegaba hasta el Campo de Marte, hoy Plaza de la
Fraternidad.
En 1850 se le encomendó la tarea de proyectar un acueducto que garantizara el abasto suficiente de agua pura, al Coronel de Ingenieros Don Francisco de Albear y Lara, que en aquel momento fungía como Presidente de la Junta de Obras Públicas de Cuba.
El proyecto consistía en acopiar las aguas
de un gran número de manantiales que brotaban en las cercanías de un
lugar conocido como Vento, sobre el río Almendares y a unos 16
kilómetros de la ciudad.
La empresa era extremadamente compleja ya
que se trataba de cientos de manantiales esparcidos en una gran
extensión de las márgenes del río, en sus mismas orillas y aún dentro de
su cauce, todos diferentes en proyección, cantidad, elevación y
dirección, uniéndose o separándose caprichosamente, según las variadas
características del terreno, lleno de oquedades, agrietado y mezclado
con arrastres de arcilla, arena y lodo.
El proyecto contaba con un estanque de
captación de los manantiales, llamado taza, una represa, un canal de
toma y derivación del agua, canal de conducción que incluía atravesar el
río, el depósito de almacenamiento y la red de distribución.
Los trabajos del acueducto demoraron más de
lo calculado a causa de la escasez de fondos y situación política del
país, inmerso en la guerra de independencia.
El Ingeniero Albear falleció el 23 de
octubre de 1887 sin ver concluida la obra más grande de su vida, que
sólo 45 años después de iniciada pudo ponerse en funcionamiento.
El acueducto
que hoy funciona todavía con eficiencia, trayendo el agua desde la taza
de Vento hasta los depósitos de almacenamiento en la barriada de
Palatino, en el municipio Cerro, y la red de distribución constituye sin
dudas una de las maravillas de la ingeniería cubana. Lo más curioso es
que el agua no necesita de bombas para ser impulsada por las tuberías,
pues Albear se aprovechó de la fuerza de gravedad para ello.
Su diseñador contribuyó a la urbanización
de La Habana con otros muchos proyectos entre los que se incluye el
Malecón y su avenida. La haban rinde tributo a este hombre excepcional
al perpetuarlo en mármol en el parque que lleva su nombre, ubicado en la
intersección de la avenida de las Misiones y la calle Obispo, en La
Habana Vieja.
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