Es cierto este
estribillo de una conocida canción de Manolito Simonet. No solo por los
argumentos que da de las bondades de La Habana.
Pero, es cierto, los habaneros se están
volviendo locos. No todos, claro, pero sí un buen número de ellos. Veamos por
qué:
Un individuo,
a plena luz del día, se arrima a un contenedor de basura, o a una columna de un
soportal y sin ningún recato orina a la vista de los transeúntes.
Otro no orina
directamente en la calle, sino que lo hace en un pomo plástico de esos que se
adquieren con refrescos, y lo lanza a la vía desde el balcón o la ventana.
Aquel otro va
un poco más allá y usa una bolsa de plástico para depositar sus excretas más sólidas
y también la tira hacia la avenida.
Están los que
sacan sus perros a la calle para que hagan sus necesidades en aceras y
soportales y dejan ese fétido y resbaloso rastro sin importarles que alguien
pueda pisarlo por accidente.
Hay muchos
que no se molestan por llevar las bolsas con la basura de sus domicilios hasta
el contenedor más cercano y las dejan a la orilla de la calle, o lo que es
peor, las tiran desde las ventanas y balcones.
Y no se
asombre, hay quienes llevan las mencionadas bolsas hasta el contenedor, pero si
este está cerrado (como debe ser) no se molestan en destaparlo y dejan la
basura al lado en lugar de depositarla en el interior.
Tomarse un
refresco, una cerveza o una cajita de ron, o comerse un paquete de galletas u
otra confitura y dejar los envases vacíos tirados por donde quiera es también
bastante común.
Están los que
quizá no arrojan desechos a la vía y tal vez tampoco se orinen en cualquier
sitio, pero ponen la música a decibeles tendidos a cualquier hora sin
importarles las molestias que ocasionan a sus vecinos.
Una modalidad
de esos ruidosos son los que tienen sus autos o vicitaxis equipados con
aparatos de audio de alta potencia y transitan de día noche y madrugada con la
música tan alta que parecería que los techos de los vehículos van a salir
volando en cualquier momento. Yo les llamo baffles rodantes.
Otra variante
de locos ruidosos son los que gritan en cualquier parte y a cualquier hora y
muchas veces con palabras soeces. Ahora pululan los vendedores ambulantes que
pasan pregonando a toda voz, tanto de día como de noche.
Y qué decir
de aquellos que tienen perros que se pasan las 24 horas ladrando y aullando.
Hasta de gallos está superpoblada esta bendita ciudad. Gallos que dejan
escuchar su canto sincronizadamente con los más fieles relojes.
Pienso que
las personas que hacen estas cosas son locas, porque solo a los enajenados
mentales puede gustarles vivir en un entorno sucio y desorganizado.
Lo alarmante
es que esas conductas se ven multiplicadas, por lo que es muy posible que la
enfermedad siquiátrica que las genera sea contagiosa y puede que a la vuelta de
algunos años nos veamos obligados a vivir en un basurero. Y ¿qué pasará
entonces con los que aún no se hayan contagiado?
Por eso,
estimado lector, si usted experimenta los primeros síntomas de la locura del
desorden y la suciedad; si usted siente el deseo irrefrenable de arrojar
desechos a la vía pública, o hacer ruidos innecesarios y excesivos, conténgase,
luche contra ese terrible virus que puede ser vencido fácilmente con una
medicina que se llama conciencia.
Si su
enfermedad ya está avanzada, no importa, con una buena dosis de ese
medicamento, administrado a cada minuto de nuestra vida, puede curarse.
No se
preocupe, la conciencia no hay que comprarla en la farmacia, no requiere receta
médica, no hay que inyectarla ni tomarla en pastillas. Nuestro propio cerebro
la produce y solo hay que dejarla actuar.
Usted verá lo
bien que se va a sentir cuando todos estemos curados y podamos caminar por
nuestra ciudad respirando aire puro y sin correr el riesgo de tropezar con una
bolsa de basura, un pomo de orines o una caca de perro. Cuando podamos dormir
sin que nos despierte el perro o el gallo del vecino, o el propio vecino con
sus gritos y su música a decibeles tendidos.
Reflexione
sobre ello y verá que vale la pena.
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