lunes, 6 de abril de 2015

En La Habana hay una pila de locos



Es cierto este estribillo de una conocida canción de Manolito Simonet. No solo por los argumentos que da de las bondades de La Habana.
Pero, es cierto, los habaneros se están volviendo locos. No todos, claro, pero sí un buen número de ellos. Veamos por qué:
Un individuo, a plena luz del día, se arrima a un contenedor de basura, o a una columna de un soportal y sin ningún recato orina a la vista de los transeúntes.
Otro no orina directamente en la calle, sino que lo hace en un pomo plástico de esos que se adquieren con refrescos, y lo lanza a la vía desde el balcón o la ventana.
Aquel otro va un poco más allá y usa una bolsa de plástico para depositar sus excretas más sólidas y también la tira hacia la avenida.
Están los que sacan sus perros a la calle para que hagan sus necesidades en aceras y soportales y dejan ese fétido y resbaloso rastro sin importarles que alguien pueda pisarlo por accidente.
Hay muchos que no se molestan por llevar las bolsas con la basura de sus domicilios hasta el contenedor más cercano y las dejan a la orilla de la calle, o lo que es peor, las tiran desde las ventanas y balcones.
Y no se asombre, hay quienes llevan las mencionadas bolsas hasta el contenedor, pero si este está cerrado (como debe ser) no se molestan en destaparlo y dejan la basura al lado en lugar de depositarla en el interior.
Tomarse un refresco, una cerveza o una cajita de ron, o comerse un paquete de galletas u otra confitura y dejar los envases vacíos tirados por donde quiera es también bastante común.
Están los que quizá no arrojan desechos a la vía y tal vez tampoco se orinen en cualquier sitio, pero ponen la música a decibeles tendidos a cualquier hora sin importarles las molestias que ocasionan a sus vecinos.
Una modalidad de esos ruidosos son los que tienen sus autos o vicitaxis equipados con aparatos de audio de alta potencia y transitan de día noche y madrugada con la música tan alta que parecería que los techos de los vehículos van a salir volando en cualquier momento. Yo les llamo baffles rodantes.
Otra variante de locos ruidosos son los que gritan en cualquier parte y a cualquier hora y muchas veces con palabras soeces. Ahora pululan los vendedores ambulantes que pasan pregonando a toda voz, tanto de día como de noche.
Y qué decir de aquellos que tienen perros que se pasan las 24 horas ladrando y aullando. Hasta de gallos está superpoblada esta bendita ciudad. Gallos que dejan escuchar su canto sincronizadamente con los más fieles relojes.
Pienso que las personas que hacen estas cosas son locas, porque solo a los enajenados mentales puede gustarles vivir en un entorno sucio y desorganizado.
Lo alarmante es que esas conductas se ven multiplicadas, por lo que es muy posible que la enfermedad siquiátrica que las genera sea contagiosa y puede que a la vuelta de algunos años nos veamos obligados a vivir en un basurero. Y ¿qué pasará entonces con los que aún no se hayan contagiado?
Por eso, estimado lector, si usted experimenta los primeros síntomas de la locura del desorden y la suciedad; si usted siente el deseo irrefrenable de arrojar desechos a la vía pública, o hacer ruidos innecesarios y excesivos, conténgase, luche contra ese terrible virus que puede ser vencido fácilmente con una medicina que se llama conciencia.
Si su enfermedad ya está avanzada, no importa, con una buena dosis de ese medicamento, administrado a cada minuto de nuestra vida, puede curarse.
No se preocupe, la conciencia no hay que comprarla en la farmacia, no requiere receta médica, no hay que inyectarla ni tomarla en pastillas. Nuestro propio cerebro la produce y solo hay que dejarla actuar.
Usted verá lo bien que se va a sentir cuando todos estemos curados y podamos caminar por nuestra ciudad respirando aire puro y sin correr el riesgo de tropezar con una bolsa de basura, un pomo de orines o una caca de perro. Cuando podamos dormir sin que nos despierte el perro o el gallo del vecino, o el propio vecino con sus gritos y su música a decibeles tendidos.
Reflexione sobre ello y verá que vale la pena.

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