La Habana ha sido testigo de muchos eventos extraordinarios, como la inauguración del primer tramo de vías férreas de la América Latina, pero la capital cubana también presenció los esfuerzos del ser humano por conquistar un reino que por naturaleza le había sido vedado: el aire.
Aunque Cuba no fue pionera en las
ascensiones hacia el cielo, ni fueron cubanos los primeros en elevarse
por encima de sus cabezas, no dejó de tener un papel importante en los
intentos por doblegar a la ley de gravedad.
Según un artículo publicado en la enciclopedia colaborativa en línea, Ecured,
todo parece indicar que en Cuba el primer vuelo tripulado a bordo de un
globo aerostático se efectuó el 19 de marzo de 1828, 44 años después de
que el mexicano José María Alfaro elevara un aeróstato de aire caliente en Xalapa, estado de Veracruz, para convertirse en el primer iberoamericano en hacerlo.
Según las crónicas de la época, el francés
Eugenio Roberston fue el primer “globonauta” que despegó de tierra
caribeña. Su hazaña se inició en la Plaza de Armas, ubicada en lo que hoy es el Centro Histórico de La Habana, y aterrizó sin contratiempos en el poblado de Nazareno, después de recorrer unos 25 kilómetros.
Esta ascensión se incluyó en el programa de actividades para celebrar la inauguración del Templete,
y por ello estuvo presente el señor gobernador, don Francisco Dionisio
Vives. Dos años después otro galo residente en la isla, Adolfo Theodore,
realizó tres ascensiones.
Pero el honor de ser el primer criollo en
elevarse en el cielo habanero le tocó a José Domingo Blineau, quien
realizó una primera ascensión el 3 de mayo de 1831 y una segunda en
1833.
El globo utilizado por este intrépido
cubano fue construido por él mismo y no funcionaba con aire caliente,
sino que estaba lleno de hidrógeno, gas que produjo también Blineau.
Su primer vuelo partió a las 6:15 p.m. de la plaza de toros, enclavada en el Campo de Marte, donde hoy se localizan el Capitolio Nacional de Cuba y la Plaza de la Fraternidad Americana.
Un inoportuno viento tormentoso lo hizo desplazarse con celeridad
sacándolo del campo visual de los curiosos que asistieron al
desacostumbrado evento.
Algunas personas aseguraron que había atravesado el estrecho de la Florida, pero según reportó el Diario de La Habana fue a dar a un potrero en Quiebra Hacha, al suroeste de Mariel.
La lista de aeronautas continúa con el
norteamericano Hugo Parker, el 10 de julio de 1842; el también
estadounidense William Paullin, el 27 de abril de 1845; le siguieron los
franceses Victor Verdalle, en febrero de 1850; Boudaris de Morat, el 22
de marzo de 1856, y el más conocido: el también franco Eugenio Godard
con su aeróstato llamado La Villa de Paris, cuya
primera ascensión ocurrió el 12 de junio de 1856, para aterrizar
exitosamente en la zona del Husillo a unas dos millas al oeste del
entonces aristocrático barrio del Cerro.
Pero la impronta más imperecedera en la historia de la aeronáutica cubana la dejó, sin dudas, el portugués don Matías Pérez, conocido por El rey de los toldos, quien se elevó desde el Campo de Marte el 12 de junio de 1856, a bordo de La Villa de París que le había comprado a Godard por el “módico precio” de mil 200 duros.
Su primera ascensión fue todo un éxito y el
aparato –que al parecer ya conocía el camino– aterrizó también en el
Husillo, donde, por cierto, se encontraba una parte del que entonces
fuera el acueducto de La Habana.
Pero lo que inmortalizó a Matías Pérez fue
su último despegue, el 28 de ese mismo mes y año, pues nunca tuvo
aterrizaje conocido.
El Diario de la Marina
reseñó su partida, al anochecer de ese día, sin tener en cuenta el
riesgo a que se enfrentaba al volar en la oscuridad y con un viento
desfavorable que lo arrastró hacia el mar.
Se dice que intentó descender, ya sobre el
agua, pero al no divisar buque alguno que pudiera socorrerlo, volvió a
dar altura a su globo. Después no se supo más de él, aunque un testigo
aseguró que había tocado tierra en las inmediaciones de Bahía Honda,
en la actual provincia de Artemisa, pero el señor Pérez no apareció
nunca más por su taller de toldos, en la villa de San Cristóbal de La
Habana.
Sobre su desaparición se ha especulado
muchísimo y no ha faltado incluso quien afirmara, con voz que no quiere
ser escuchada desde lejos, que su globo se elevó hasta los confines del
cielo donde fue rescatado –¿o secuestrado?– por alienígenas.
Lo cierto es que su hazaña marcó la
historia de Cuba para siempre a través de una frase que utilizamos muy a
menudo para nombrar algo que ha desaparecido sin remedio: “Voló, como
Matías Pérez”.
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