Grabado que ilustra el asedio a La Habana por parte de la Armada inglesa |
Uno de
los episodios más vergonzosos para el rey Carlos III de España debe haber sido,
indudablemente, la ocupación de La
Habana por parte de las fuerzas armadas inglesas, ocurrida en
el mes de agosto de de 1762.
La
capital de Cuba, por su ubicación geográfica, era una de las joyas de la corona
ibérica, pues servía de enlace marítimo, puerto de reabastecimiento y carena de
los buques que regresaban a la metrópoli cargados con las riquezas saqueadas en
la región que hoy abarcan la
América Central y gran parte de Suramérica, incluyendo a la
propia Cuba.
Parece
que las defensas militares de los españoles no eran muy buenas, así como sus
servicios de inteligencia, pues hacía solo cinco años que el almirante inglés Charles
Knowles, gobernador de Jamaica, había visitado la capital cubana como
gesto de buena voluntad, aprovechando una tregua entre dos períodos de guerra de
Inglaterra contra España.
El oficial fue
recibido por el gobierno local y con sus parabienes recorrió la ciudad, sus
alrededores y fortificaciones sin que las autoridades coloniales se percataran
de que estaba recabando información mediante una minuciosa labor de espionaje
que facilitó luego el asedio y conquista de La Habana.
Desde hacía tiempo,
Cuba, y en especial su ciudad cabecera, habían estado en el punto de mira de
los ingleses para utilizarla como trampolín en sus aspiraciones de dominar
militar y políticamente el Caribe.
Ya desde época tan
temprana como el año 1565 algunos piratas y corsarios ingleses como Francis Drake y Henry Morgan habían merodeado las costas de la
villa de San Cristóbal, con el sable entre los dientes; una escuadra del
vicealmirante inglés Edward
Vernon había aparecido, en 1739, frente al poblado de Guanabo y al año siguiente frente al mismísimo puerto de La Habana.
Más tarde, en 1741, se apoderó de la bahía de Guantánamo
donde fundó una colonia nombrada Cumberland, que le sirviera de apoyo logístico
para tomar Santiago de Cuba
por tierra. Pero condiciones desfavorables impidieron estas tentativas.
En agosto de 1761
el soberano español, Carlos III, pactó con su homólogo francés, Luis XV, y eso era más de lo que el Gobierno
inglés podía soportar; no solo porque Francia había sido enemiga tradicional de
Inglaterra, sino porque también afectaba importantes intereses económicos y
políticos de esta última.
Y, aunque reza el refrán que “guerra avisada no mata
soldados” y el monarca ibérico sabía la tormenta que se avecinaba y se ocupó de
reforzar el potencial bélico de sus tropas de tierra y mar, no pudo evitar que las
fuerzas comandadas por Lord Albemarle
tomaran La Habana
después de un asedio que se inició el 6 de junio de 1762.
Las fuerzas invasoras contaban con 51 navíos de diversa
índole, armados con dos mil 292 piezas de artillería, además de 150
transportes, que conducían a más de 12 mil soldados veteranos a los que se
sumaban los ocho mil 226 miembros de las tripulaciones y dos mil peones negros,
a los que debían sumarse otros cuatro mil soldados provenientes de Nueva York y Charlestown,
que totalizarían más de 26 mil hombres sobre las armas.
Para reforzar las
defensas habaneras la metrópoli designó como Capitán General de la Isla de Cuba al mariscal de
campo Juan
del Prado Malleza Portocarrero y Luna, quien arribó a la ciudad el 7
de febrero de 1761, no sin antes haber realizado casi un año de gestiones y
estudios con dos importantes ingenieros franceses.
La Habana estaba protegida por baluartes de mediana
altura, construidas durante el reinado de Carlos II para
defenderla de los ataques de los piratas que infestaban las aguas caribeñas.
Además existan
nueve fortificaciones sin terraplén ni parapetos, y solamente tenían foso en
algunos trechos, próximos a La Punta, hacia el oeste de la bahía, donde se
alzaba el Castillo
de San Salvador de La Punta, con muros bajos y de poco espesor,
mientras que al otro lado de la boca, sobre una elevada lengua de tierra se
hallaba Castillo
de los Tres Reyes del Morro, una de las mejores obras militares
construidas por la metrópoli española en América.
No obstante, el
Morro tenía como debilidad a la loma de La Cabaña, una elevación colindante y sin
fortificación que dominaba el terreno.
La defensa de la
ciudad contaba con 850 hombres del Regimiento de Infantería de La Habana a los que
se sumaban cuatro compañías del Cuerpo de Dragones de La Habana compuesto por 54
soldados a caballo y 21 a
pie.
Además, para
mediados de 1761 habían arribado a La
Habana algo más de mil 400 efectivos como refuerzo, ante los
requerimientos del Capitán General. Y nos olvidemos del destacamento de 70
criollos, organizado un día después del desembarco inglés, por el valeroso
guanabacoense José Antonio
Gómez de Bullones, más conocido como Pepe Antonio, quien estrenó el machete como arma de combate que luego
fuera usado habitualmente por los mambises.
También
participaron en la defensa 500 milicianos y 150 esclavos, al mando del coronel
Don Luis José de Aguiar, quienes se defendieron valientemente sus posiciones en
la boca de la Chorrera,
hasta que la defensa se hizo imposible por la superioridad enemiga.
En cuanto a la
artillería, solo se contaba con 340 cañones, de los cuales únicamente 107
estaba totalmente operativos. A estos se sumaron 69 enviados por el virrey de Nueva España.
El Capitán General,
Juan del Prado, trajo también consigo una fuerza naval compuesta por una
escuadra de seis navíos de línea.
Los ingleses
desembarcaron el 6 de junio en las inmediaciones del poblado de Cojímar y con
quien primero tropezaron fue con Pepe Antonio, cuya fuerza sostuvo varias
escaramuzas con los invasores y se calcula que durante un mes, aproximadamente,
les causó unas 300 bajas y les tomó dos centenares de prisioneros.
No obstante la
encarnizada defensa llevada a cabo por las fuerzas españolas y las milicias,
las tropas inglesas fueron ganando terreno y ocupando posiciones hasta que, dos
meses después del desembarco, conquistaron la fortaleza del Morro y unos días
después La Habana
levantaba la bandera blanca el 11 de agosto.
La ocupación rindió
jugosos frutos a las autoridades británicas. Primero porque debilitaron
considerablemente a las fuerzas armadas españolas y segundo porque les
aseguraron un elevado botín compuesto por numerosas armas ligeras y de
artillería, municiones y pertrechos, así como más de tres millones de libras
esterlinas en plata, tabaco y otras mercancías que sacaron de los almacenes de
la Habana. Por último les permitió adueñarse de la península de la Florida,
cuyo dominio les cedió España a cambio de que abandonaran La Habana.
Para los cubanos,
las consecuencias de la ocupación –que se alargó por 11 meses– fueron diversas;
muchos pasaron hambre, mientras que otros, sobre todo los productores y
comerciantes, se beneficiaron al poder comprar y vender sus mercancías con
mayor libertad y mejores precios. Luego que los ocupantes abandonaran la plaza,
ya nada sería igual en La
Habana… ni en Cuba.
Con información de EcuRed
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